Francisco Romano de Mendoza

En 1772 se inicia un litigio por la liberalización del sector bodeguero de Jerez. Frente a la vieja nobleza cosechera, una incipiente burguesía vinatera exportadora. En este último grupo se integraban nombres importantes para el desarrollo de la industria del vino: el francés Juan Haurie, Antonio Cabezas de Aranda o el personaje que hoy nos ocupa, Francisco Romano de Mendoza. La defensa de ideas aperturistas en lo económico, incluso en lo político, que supondría hacer frente a la oligarquía dominante hasta entonces, no supuso, sin embargo, una ruptura en lo social. Haurie, Cabezas y Romano se integran plenamente en la sociedad local. Así, Haurie y Romano llegan a ejercer la dirección de ciertas cofradías. Por otra parte, al igual que Antonio Cabezas, Francisco Romano ponen su mirada en el modo de actuar de la aristocracia. Mientras Cabezas se convertirá en Marqués de Montana, Romano de Mendoza consigue ser considerado como hidalgo. Ambos levantan ostentosas viviendas. Hoy, por fortuna, conservamos el Palacio Domecq, delirio de grandeza de Montana. En cambio, la casa de nuestro protagonista, considerada una de las mejores de su época y de las que quedan algunas fotografías, pereció a causa del desarrollismo del siglo XX. Situada en el actual nº 16 de la calle Francos, con trasera a la plaza Jaramago, nada queda de ella. Para buscar la huella de este pionero bodeguero tenemos que irnos a la cercana iglesia de San Marcos. Allí construye un excelente retablo dedicado a San Juan Nepomuceno, que encargaría al más afamado retablista jerezano del momento, Andrés Benítez, al mismo al que años antes había encomendado el retablo del oratorio particular de su propia casa. Lamentablemente, la talla del santo lleva algún tiempo fuera de su altar. El legado de Romano ha quedado incompleto y la iconografía de esta obra alterada.

El pavimento urbano en Jerez: notas históricas (y IV)

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No podía concluirse este breve, e incompleto, repaso por la historia de los pavimentos urbanos jerezanos sin dedicar unas líneas al adoquín, cuya actual pérdida en algunas calles céntricas ha justificado este recorrido histórico. El tema merecería una investigación exhaustiva, misión demasiado ambiciosa para esta columna. De todas formas, como un primer paso, propongo sumergirnos en las páginas de la prensa local que desde finales del ochocientos comienza a informarnos de la paulatina transición desde el empedrado, cuya extensa historia vimos esbozada semanas atrás, hasta el más moderno y resistente adoquinado, cuya imagen ha permanecido unida al centro de nuestra ciudad a lo largo de un periodo, documentado, de más de 100 años.

“El Guadalete” recoge diferentes noticias de adoquinado desde la década de los ochenta del siglo XIX. Así, el 18 de enero de 1883 sabemos que se estaba empleando en parte de la calle Caballeros, trabajo que fue una especie de ensayo, como este diario manifiesta el 4 de abril del mismo año. El 15 de julio de 1884 se habla de la terminación de un primer adoquinado de la actual plaza Esteve.

Por otro lado, el 19 de agosto de 1888 es anunciado con satisfacción el comienzo de las faenas para adoquinar un tramo de la calle Larga. La iniciativa partió del entonces alcalde Eduardo Freyre y Góngora, conocido por su implicación en otras mejoras de diferentes calles y plazas de Jerez.

Para acabar, damos un salto de cuatro décadas para localizar labores de adoquinado en la calle Corredera, que se anuncian el 24 de octubre de 1926.

Estas referencias, aún escasas, pueden servir de muestra de la antigüedad del adoquín en Jerez y de su presencia en algunas de las calles que han sufrido su retirada en los últimos meses. Son testimonios de un valor histórico, puesto en entredicho.

https://www.diariodejerez.es/opinion/analisis/pavimento-urbano-Jerez-historicas-IV_0_1482751804.html

NOTA: A partir de hoy la columna se incluye en la sección «Vivir en Jerez» de la edición en papel de Diario de Jerez.