Las elecciones locales que acabamos de dejar atrás parecen vislumbrar un gobierno en el Ayuntamiento de diferente cariz al vivido en los últimos cuatro años. Está todo aún en el aire y dependiente del controvertido mecanismo de los pactos pero cabe preguntarse si realmente asistiremos a un nuevo tiempo político, no ya sólo para la ciudad de los graves problemas del paro o la deuda municipal, sino también para aquella otra, a priori menos importante, del patrimonio añoso y en decadencia endémica… aunque, ¿acaso no son ambas la misma, resultado una de la otra?
El centro histórico, objeto siempre de promesas electorales, es una permanente cuestión por resolver. Hasta hoy sólo se ha hecho parches insuficientes e inconexos. Sigue faltando poner en práctica un proyecto integral. Y el plan anunciado en las últimas fechas está a expensas de una financiación europea en la que no sabemos si influirá el actual escenario político. En este sentido, hay que reconocer que en la pasada legislatura hubo al menos un intento de mejora de la imagen de la gestión municipal en este aspecto. Por eso se creó la Mesa del Centro Histórico, como medio de hipotética participación ciudadana y como fórmula para legitimar unas actuaciones, que sin embargo han quedado la mayor parte pendientes. Y es que poca agilidad ha logrado la tardíamente constituida Comisión Municipal de Patrimonio Histórico, con la que se ha ganado competencias antes exclusivas de la Junta de Andalucía. Con todo, sí ha habido una mayor diligencia en los últimos meses en apoyar la restauración del patrimonio arquitectónico religioso, lo que conllevó en su día incluso la crítica de aquéllos que ahora están a un paso del gobierno. Los mismos a los que les tocarán acabar lo inacabado y ofrecer verdaderas soluciones a este problema crónico.
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