Santa Mónica

DSCF1451

Su existencia ha pasado muy desapercibida. Tal vez su emplazamiento, dentro del retablo mayor de un convento de monjas, la haya situado al margen del interés de los devotos, y también de los historiadores del arte. Será la distancia o la miopía – física o mental –  de unos y otros, pero Santa Mónica parece palpitar. Está viva, sobre todo, al lado de los otros santos, inexpresivos e inmóviles, del sobrio altar, construido 100 años antes de que esta escultura se colocara allí. Su figura describe un elegante movimiento, una gesticulación honda y equilibrada a la vez. Una discreta diagonal marca la colocación de los brazos, con manos de correcto y cálido modelado y posturas contrapuestas: la izquierda sujeta firmemente un crucifijo al que mira con ardor y la derecha cae lánguida para sostener un pañuelo. Ambas complementan a la perfección la cabeza, vigorosa, con una toca agitada enmarcando el rostro donde se mezcla el misticismo con un profundo dolor. La santa llora por un hijo descarriado y hereje, aquél que después se convertirá al cristianismo y que llegará a ser nada menos que uno de los Padres de la Iglesia, San Agustín.

La talla revela los excelentes niveles de calidad que alcanzaría la escultura jerezana del siglo XVIII y, en particular, su más que probable autor, Francisco Camacho. Un artista que nos dejó las dolorosas de los Remedios y Amargura o el San Vicente Ferrer Penitente de Santo Domingo, muy cercanos a esta obra.

La reciente festividad de la santa es una buena excusa para recordar la imagen y la iglesia donde se conserva, la de Santa María de Gracia. Un edificio tan interesante como poco estimado. Santa Mónica es un triste ejemplo de ello pero igualmente lo son sus originales pinturas murales que simulan retablos, que en los últimos años muestran una preocupante degradación sobre la que es preciso actuar ya.

_MG_9624 copia
Foto: «El arte de las Iglesias»

http://www.diariodejerez.es/article/opinion/2358211/santa/monica.html

El Beaterio de las Nazarenas

DSCF3265

En la esquina de la calle Gaitán con la plaza del Mamelón, hallamos otra de esas muchas construcciones jerezanas donde se da la maldición de la suma de un sugestivo pasado y un presente de abandono. Hace sólo un par de años fue un restaurante pero, tras el cierre del negocio, su estado de conservación ha motivado que parte del exterior haya sido vallado. No es un edificio de enormes dimensiones pero sí de cierta potencia visual, pese a las alteraciones que ha sufrido a lo largo de su historia y que han ido enmascarándolo. De hecho, puede que nos sorprenda saber que su función original fue la de iglesia, ya que, ciertamente, muy poco de ello queda patente tras una observación rápida. Si eludimos toda la extraña y muy reformada zona superior, vemos una planta baja levantada en cantería. En la sencillez de la fachada apenas nos llaman la atención las curiosas piedras de molino que fueron incrustadas en el muro para darle consistencia y protegerlo del desgaste del paso continuo de las carretas y coches de caballos. Unas piedras que nos hablan de la corriente existencia de molinos de trigo y aceite en la ciudad en siglos anteriores. El interior aún conserva restos de una sola nave de severa arquitectura y coro elevado a los pies.

DSCF3262

Fue la iglesia del conocido como Beaterio de las Nazarenas, que fue fundado en 1642 por una viuda llamada Ana Díaz y que tuvo como objetivo recoger a prostitutas arrepentidas. Aunque hubo un proyecto de convertirlo en sede de una comunidad de monjas carmelitas en el siglo XVIII, nunca alcanzó el rango de convento y no pasó de ser un pobre recogimiento regentado por un grupo de beatas, ajeno a una orden religiosa. Su vida como beaterio acabaría con las desamortizaciones decimonónicas. Con todo, sus viejas paredes han resistido a sus sucesivos usos, y siguen esperando un mejor destino.

http://www.diariodejerez.es/article/opinion/2349371/beaterio/las/nazarenas.html

El otro Santiago

OLYMPUS DIGITAL CAMERA
San José , atribuido a Jacome Vacaro

La visión del interior de la iglesia de Santiago deja una sensación contradictoria. A su feliz recuperación se enfrentan diferentes sentimientos. El más quisquilloso conocedor de su historia no puede ser ajeno a esa irremediable impresión de belleza falsificada, creada artificialmente a base de mutilaciones y de reconstrucciones ideales. Para otros entendidos, no menos exigentes, ante su desangelado aspecto vacío, las emociones pueden transitar de la indiferencia a la indignación. Los que creemos que un templo histórico es algo más que un techo y un altar nos cuesta entender esta apertura adelantada e incompleta y ansiamos ver ese “otro Santiago”. Pero no ya el irrecuperable Santiago barroco que perdimos hace un siglo, sino simplemente aquél que conocimos antes del cierre: el de sus esculturas y pinturas. Una colección artística escasa, menguada, tal vez no extraordinaria pero sí digna de no ser relegada. Al margen de las muy retocadas tallas de origen dieciochesco del Cristo de las Almas y la Virgen de la Paz o el alabastro gótico inglés con el relieve del Calvario, únicas piezas presentes en la actualidad, se echan de menos el San José de Jacome Vacaro, el también barroco San Cristóbal, la interesante pareja de lienzos de la misma época sobre la vida de David, la tabla de “La Ascensión” de finales del quinientos… todas ellas necesitadas, desde luego, de una cuidadosa restauración y, por tanto, de una labor que hay que reconocer lenta y costosa. Sin embargo, más inquietante es la ausencia de los ya citados aquí evangelistas de la capilla del sagrario y, sobre todo, de las pinturas del retablo del siglo XVII que cobijaba a la imagen del Prendimiento, algunas de las cuales fueron robadas hace varios años y, por desgracia, no han vuelto a ser recuperadas.

Quizás sólo nos quede esperar pero nunca debemos olvidar ni ignorar.

DSCF9504
«Llegada de David a Jerusalén», obra anónima barroca.

http://www.diariodejerez.es/article/opinion/2340682/otro/santiago.html