Resurrección

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La pierna del Resucitado, alargada y escuálida hasta el extremo, sale del sepulcro con contundencia, pisando a esa humanidad mortal y condenada que queda representada por el soldado que duerme debajo. Frente a la despreocupación de este último, los tres que rodean a Jesús expresan otras actitudes ante la milagrosa aparición: la reacción violenta del que empieza a desvainar la espada, el espanto del que se lleva una mano a la cabeza o la admiración casi extática de aquél que se sitúa justo detrás. Sobre ellos, dos ángeles contemplan con veneración la escena asomados entre nubes. La figura de Cristo centra una composición de cierto orden y simetría, animada por las suaves diagonales que describen el sarcófago y los romanos. El protagonismo de Jesús se ha marcado no sólo colocándolo en el centro; su tamaño es muy superior al del resto de personajes, recurso habitual en el arte medieval. Su gesto es grave, impasible. Una gran aureola enmarca su cabeza, todavía con la corona de espinas de su Martirio, Pasión y Muerte sobre las que triunfa y que están reflejadas de forma más gráfica aún en la cruz que porta en una de sus manos.

Este relieve de alabastro formaría parte en su día de un pequeño altar portátil destinado a la devoción particular. En alguna ocasión he hecho alguna escueta alusión a él. Como otras piezas análogas, llegó desde Inglaterra posiblemente en el siglo XV, fruto de un fuerte intercambio comercial. Desde hace poco se conserva en nuestro Museo Arqueológico pero durante siglos estuvo en el exterior del Hospital de la Sangre, el conocido hoy como Asilo de San José.

Allí estaba ya en el XVII, cuando de él nos habla Francisco Pacheco. Artista, por cierto, de lazos familiares con Jerez y redescubierto ahora por su labor de tratadista, pintor y maestro de genios en una recomendable exposición en Sevilla.

http://www.diariodejerez.es/article/opinion/2250820/resurreccion.html

Germán Álvarez Beigbeder

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La Virgen de las Angustias que inspiró a Beigbeder en «Al pie de la Cruz»

En “Al pie de la Cruz” un joven compositor de sólo 18 años crea en 1900 la primera marcha procesional jerezana conocida. Una pieza incomparable donde se aúnan un comienzo sombrío, una nana melancólica y pasajes de gran dramatismo. Todo en la línea del tardío romanticismo de su autor, que nos legó otros grandes hitos en este género musical, tocados y admirados en toda España.

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Pasamos de la escultura a la música. De Ortega Bru a Beigbeder. Dos personalidades tan distintas, de generaciones diferentes, criados en clases sociales divergentes, con planteamientos incluso opuestos respecto a la ortodoxia o la renovación del arte pero unidos por ser dos grandes creadores de nuestra Semana Santa, con frecuencia incomprendidos, si bien dotados de una extraordinaria técnica y una honda espiritualidad, tan escasos en la imaginería y la música procesional actuales.

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Germán Álvarez Beigbeder (1882-1968) desechó una carrera prometedora para apostar por la mejora del nivel musical de su ciudad. Una calle, una sencilla placa colocada hace sólo once años en el lugar donde se ubicaba su casa natal y el nombre de una joven orquesta de cámara son los homenajes que ha hecho Jerez a su memoria. Un reconocimiento digno aunque tal vez se quede corto para el que dicen que ha sido el mejor músico jerezano. En cualquier caso, no seré yo quién pida un monumento para él, y menos comprobando el mal gusto que caracteriza a los levantados en las últimas décadas. El mejor monumento siempre será seguir escuchando y difundiendo su valiosa obra y mantener el legado que nos dejó a través de una institución como la banda municipal, que fundó en 1930 y que en estos días pasa por los momentos quizás más críticos de su historia. Esa sería la mejor manera de conmemorar dentro de dos años el cincuentenario de su muerte, que su banda esté más viva que nunca.

http://www.diariodejerez.es/article/opinion/2241254/german/alvarez/beigbeder.html

Luis Ortega Bru

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Tres colosales esculturas sobre una gran cruz: dos sobre ella, “miguelangelescas” en su imponente y vigorosa monumentalidad, y otra que pende, inerte, lánguida, de anatomía estudiadamente deforme en su alargamiento de inspiración manierista. Incidir en el contraste como recurso estético lleva a contraponer sabiamente vida y muerte, figuras donde los ropajes adquieren un papel decisivo y otra donde es el cuerpo desnudo casi el único medio de expresión. Pocos como Ortega Bru consiguieron en la imaginería contemporánea asimilar el arte del pasado y transformarlo con una personalidad irrepetible. Aportando además un concepto moderno de un arte tan tradicional gracias a una nueva valoración del material, la madera, que procura no ocultar del todo, como la huella de la gubia sobre ella y su palpitante textura. Una concepción artística renovada que explica la experimentación, que llevó a una peculiar policromía, y también cierta tendencia a la reducción geométrica de las formas, como vemos en las angulosas telas.

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Pero no hay innovación sin incomprensión. La trayectoria de este escultor es prueba de ello y su relación con Jerez, en la que llegó a vivir entre 1967 y 1972, es un ejemplo claro. Este misterio del Descendimiento, la gran creación de la imaginería procesional jerezana del siglo XX a pesar de todo, fue ideado como un conjunto de talla completa y terminó incluyendo imágenes de vestir, que para colmo se han ido apartando de su esencia original en función de las modas y del vestidor de turno. Su Resurrección, su segunda obra para la ciudad, fue rechazada por la autoridad eclesiástica. Su Piedad, al igual que la anterior ahora en el museo de su San Roque natal, fue ofrecida en vano a una hermandad jerezana. Y su Cena quedó inacabada y sólo completada en fechas muy recientes con tallas que parodian, más que imitan, su estilo.

http://www.diariodejerez.es/article/opinion/2230793/luis/ortega/bru.html