La Pasión olvidada… y recuperada (II)

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La figura de Cristo sentado en una piedra, despojado de sus vestiduras, en espera de su Crucifixión y apoyada su cabeza en su mano derecha, en actitud, a la vez, abatida y ensimismada, fue una de las representaciones pasionistas más difundidas en la Edad Moderna en parte del territorio español y sobre todo en Andalucía y Canarias. Vinculada, al parecer, en origen con la idea alquímica de la melancolía, pronto esta síntesis y reflexión sobre la Pasión se popularizó y obtuvo gran éxito devocional. En Jerez la hermandad de San Antón termina incorporando esta iconografía del Cristo de la Humildad y Paciencia a la Semana Santa en el siglo XVII. De hecho, la que sería su talla titular llega a la iglesia de la Trinidad hacia 1635. Sin embargo, su curiosa historia había empezando años antes en Cádiz. En 1622 el escultor Francisco de Villegas la hace para una cofradía gaditana, que finalmente decide no quedarse con ella y entregarla al convento trinitario de nuestra ciudad. En él Villegas, que dominó la escultura de Cádiz en las primeras décadas del seiscientos, deja muestra de ese tardomanierismo aprendido en su Granada natal bajo el influjo de Pablo de Rojas y afianzado por su paso como oficial por el taller sevillano de Juan Martínez Montañés. Durante unos dos siglos este Cristo recorrió las calles de Jerez, cayendo en el olvido a lo largo del XIX.

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Desde 2008 la imagen ha vuelto a cumplir el fin procesional para el que se concibió. La recuperación, largamente esperada y no ajena a dificultades, pudo hacerse realidad gracias a una nueva hermandad que ha querido tomar el camino más difícil: el de resucitar el recuerdo de una vieja cofradía en pleno centro y con una sobriedad además muy alejada de la estética que nos llega del extrarradio. Demostrando que crecer ahondado en las raíces es también posible.

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La Pasión olvidada… y recuperada (I)

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Un capítulo bastante peculiar dentro de la historia del patrimonio escultórico de Jerez es el del abandono y dispersión de la imaginería procesional tras la decadencia que sufre el movimiento cofradiero durante el siglo XIX. Cuando las hermandades comiencen a resurgir a partir de finales del ochocientos no habrá un completo retorno a la situación anterior. La sociedad y los gustos estéticos han cambiado, algunas tallas desaparecen o son sustituidas por nuevas, y otras, perdidas ya sus antiguas dueñas, se trasladan a distintas iglesias. Y a ello se sumará la creación de cofradías con imágenes que no tuvieron en origen funciones procesionales. Esto explica la enrevesada vida de cambios de propiedad y nombre que tiene un buen número de estas piezas. En este complejo proceso algunas quedarán en el olvido. Pero en estos días me voy a detener en cuatro que, recuperadas de su ostracismo, han vuelto felizmente a las calles en los últimos años.

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La primera de ellas nació quizás con destino a algún oratorio privado. Con todo, desde 1769 figura como Virgen de los Dolores en el retablo del Cristo de la Columna de la Colegial. En 1928 se convierte en titular de La Amargura. Sale bajo palio algunos años para terminar luego sustituida y guardada en una alacena. En 1975 es devuelta al culto, aunque comienza a sufrir alteraciones que le han hecho perder parte de su aspecto primitivo. En el uso de la terracota y los pocos rasgos originales que mantiene creo que se puede ver, sin embargo, la mano del sacerdote Diego Manuel Felices de Molina, escultor dieciochesco aún por descubrir. Es el curioso caso de la Virgen del Perpetuo Socorro de El Perdón.

Renacida literalmente de sus cenizas, esta víctima metamorfoseada, modesta, aunque cargada de historia, sigue destilando, incomprensiblemente, el encanto ingenuo de lo antiguo.

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