Bóvedas blanqueadas

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El pasado jueves se clausuraban las “V Jornadas de intervención en Patrimonio en Jerez de la Frontera”, organizadas por el Ayuntamiento y el Colegio de Arquitectos de Cádiz. En la última ponencia se expusieron los trabajos acometidos sobre las cubiertas de la sacristía mayor de la Catedral y sus dependencias anexas. Aunque esta reciente restauración parece haberse desarrollado dentro de unos cauces aceptables, tengo que admitir que algunos pormenores me resultaron un tanto discutibles. Es el caso de la desaparición de la policromía de las bóvedas. La falta de fondos, que supuso que el proyecto de construcción del edificio quedara inconcluso ya en el siglo XIX, obligó a que estas bóvedas se acabaran en su día en ladrillo y no en piedra. La solución más barata para dar un resultado que no desmereciera del conjunto fue ocultar este material pobre con una pintura efectista que imitaba el aparejo de sillería. Una apariencia que tuvieron hasta esta última actuación, en la que se ha decidido sustituir este sencillo trampantojo por una superficie pintada de blanco. La justificación dada para ello fue conseguir una mayor luminosidad y una más fácil conservación. Está claro que los ideales estéticos de los arquitectos actuales están lejos de estos efectismos de tradición barroca. También que es más barato blanquear que restaurar y, sobre todo, si hablamos de unas pinturas deterioradas por la humedad y cuyo valor es cuestionado. Que se distorsione la idea original y se cambie el aspecto que hasta entonces presentaban es algo, al parecer, sin importancia. Sólo queda desear que en un futuro no se caiga en el mismo error cuando haya que actuar sobre las bóvedas que cubren las naves laterales catedralicias, igualmente de ladrillo y con idéntico acabado pictórico.

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El sepulcro del caballero

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En la sacristía de la iglesia de San Juan de los Caballeros perdura una singular escultura. Casi arrinconada, permanece en un espacio hoy prácticamente oculto a la vista de fieles y visitantes pero que en su día sirvió de capilla del sagrario y de entierro de la familia Carrizosa. La inadecuada restauración que esta antigua parroquia sufrió a finales del siglo XIX transformó radicalmente su cabecera, otorgándole un armónico aspecto mudéjar que jamás tuvo. Fue entonces cuando la vieja capilla de esta ilustre estirpe jerezana vio como el arco que le servía de acceso se tapiaba, su retablo barroco se destruía y, en definitiva, pasaba a acoger el mobiliario y la función propios de las sacristías. En medio de estas drásticas reformas, se decidió “salvarle la vida” a nuestro finado protagonista, Don Diego López de Carrizosa y Perea. Arrodillado y orante, vestido con el hábito de caballero de la Orden de San Juan, se asienta sobre su tumba dentro de un gran nicho, construido en 1617, al año siguiente de su muerte. Su figura, policromada, combina la madera y el yeso. Destaca en ella su bien acabada cabeza. Sus carnosas facciones aparecen enmarcadas por una pomposa gola que cubre el cuello siguiendo esa moda de la época tan presente en los retratos masculinos de El Greco. Concebido para colocarse de perfil, ahora nos mira de frente queriendo ocultarnos la lamentable pérdida de sus pies, aunque también con la vergüenza de mostrar mutilados su nariz y parte de sus manos

Pero quizás no todo esté perdido para nuestro caballero. Recientemente hemos tenido noticia de la loable intención que la Hermandad de la Veracruz tiene de intervenir en la sacristía de San Juan. Quizás entonces sea el momento para restaurar y poner en valor una obra única en la ciudad.

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Lápida del sepulcro
Lápida del sepulcro

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Los Claustros de Santo Domingo

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El sol entra a través de esos vibrantes encajes de piedra y proyecta al interior sinuosos dibujos, hechos de luces y sombras. La espiritualidad de la arquitectura gótica nos envuelve y las monumentales galerías nos invitan a transitarlas, a recorrerlas admirando la bella colección de portadas que se abren a ellas. El visitante más observador se detendrá en las ingenuas figuras que parecen sostener las bóvedas, llenas de variedad y encanto pese al tosco cincel que las talló.

Y, sin embargo, una mirada sosegada hará que el goce estético no sea completo. Paredes “maquilladas” que se desmoronan o detalles escultóricos deshechos por manos poco expertas son la consecuencia de una discutible restauración, en parte realizada por escuelas-taller. Todo ello a lo largo de doce años, durante los cuales la obra, cuando no hubo dinero para continuarla, sufrió largos periodos de paralización que provocaron importantes derrumbes en algunas zonas. Y cuando hubo financiación, se prefirió llevar a cabo intervenciones agresivas, poco encaminadas a la conservación y más a una heterodoxa reconstrucción. Aquí deberíamos situar actuaciones como la pérdida de la antigua solería de mármol y del arbolado del jardín central pero, sobre todo, la sustitución o camuflaje de partes que originariamente se levantaron en ladrillo o mampostería y que han sido falseadas para hacernos creer que fueron siempre de cantería. No es de extrañar, por tanto, que con estas preocupaciones pasaran desapercibidos en su día para técnicos y políticos los potenciales problemas de humedad e inundaciones que han terminado por aflorar meses después de su reciente reapertura. Nada nos extraña cuando aún a día de hoy no parece tenerse claros ni siquiera los usos que dar al edificio.

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Los retablos de Ánimas

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“¡Quién me diera alas de paloma para volar y descansar!”. Esta frase está grabada sobre el frontal de mármol negro de uno de los altares de la iglesia de San Lucas. Está escrita en latín y reproduce un fragmento del Libro de los Salmos de la Biblia. La escena en relieve que se sitúa sobre esta inscripción hace comprender el sentido de estas hondas palabras. Es el Purgatorio el que está representado y en él las almas de los difuntos suplican ser sacadas de las llamas. Una cofradía de Ánimas fue la promotora de este retablo. En Jerez durante los siglos XVII y XVIII abundó este tipo de hermandades ya que el culto a las “ánimas benditas del Purgatorio”, rechazado por los protestantes, fue durante esa época promovido por la Iglesia Católica. En todas las parroquias y algunos conventos se hicieron retablos con esta temática, llegándose a realizar durante el siglo XVIII algunos tan espectaculares como el que todavía admiramos en la iglesia de San Miguel.

Pero la sociedad actual poco tiene que ver en su concepto de la muerte con aquella otra que dio lugar a estas obras artísticas. La reciente moda del Halloween es sólo el colofón a un cambio de mentalidad que se viene gestando mucho tiempo atrás. Desaparecidas las hermandades de Ánimas, estos altares quedaron sumidos en el más lúgubre abandono. Unos, como los de Santiago y San Dionisio fueron retirados. Otros, como los de San Juan y la Catedral, vieron sustituirse sus viejos cuadros por otras imágenes. El de San Lucas fue mutilado, sin el menor pudor, por un antiguo párroco, que retiró y vendió hace bastantes años sus dos columnas. Hoy presenta un angustioso deterioro y espera, como sus ánimas, anhelante, una salvadora restauración que no sabemos si llegará… antes del Juicio Final.

Detalle de la inscripción
Detalle de la inscripción

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