La casa barroca del XVIII

OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Miguel Andrés Panés, Juan Dávila Mirabal y Antonio Cabezas fueron tres de los jerezanos más ricos del setecientos. El primero, Marqués de Villapanés, procedía de una acaudalada familia de origen genovés que acaba emparentando con la nobleza local. El segundo, Caballero de la Orden de Carlos III, descendía de una estirpe cuyos orígenes en la ciudad se remontan a los años de la definitiva conquista castellana. El último, por su parte, fue sólo un modesto hidalgo que, gracias a su actividad mercantil vinculada al desarrollo de la industria del vino, lograría un meteórico ascenso social hasta convertirse en el primer Marqués de Montana. Sus altas posiciones debían materializarse y pregonarse a los cuatros vientos a través de sus propias viviendas. Era necesario construir enormes edificios, que dominaran escenográficamente la trama urbana, que impresionaran por el lujo de sus materiales y por esa movida y decorativa arquitectura de las décadas centrales del XVIII. Un gran esfuerzo económico incluso para ellos trajeron consigo estos palacios, que en la actualidad conocemos con los nombres de Villapanés, Bertemati y Domecq. Compras de casas y hasta anexión de calles para conformar manzanas casi enteras y luego levantarlos a lo largo de varios y largos lustros. Mucho dinero y tiempo invertidos en edificios que apenas pudieron gozar sus propietarios por sobrevenirles la muerte pronto, y en el caso de Panés y Cabezas sin ni siquiera verlos acabados del todo. Pero lo que sí lograron a través de ellos fue un imborrable recuerdo de su poder y el indudable éxito de un modelo de casa que otros miembros de la sociedad jerezana del momento pretendieron imitar.

Un atractivo fenómeno que intentaré explicar hoy en la sede del Ateneo a las 19:30 en una conferencia organizada por el Archivo Municipal a la que están todos invitados.

http://www.diariodejerez.es/article/opinion/2121367/la/casa/barroca/xviii.html

La Virgen de la Merced

DSCF4674

En esta ciudad olvidada ni la Patrona se libra de verse envuelta en su ambiente marchito. La piel leprosa de la Virgen, repintada, craquelada, desconchada, abocada a daños peores, si no se interviene pronto en ella, no puede ser mejor símbolo del centro histórico y su patrimonio. Por no ir más lejos, es bien conocido el deterioro de la propia Basílica de la Merced, y muy especialmente de su portada. Esta delicada situación ha dado lugar a la creación de una plataforma para buscar recursos para su restauración e incluso a actos reivindicativos para remover las conciencias adormiladas de los jerezanos, como sacar este jueves a la imagen sin su tradicional templete de plata, aquel en el que ha procesionado, casi sin excepción, desde 1648. Una medida justificable pero discutible pues nada debería alterar una de esas pocas estampas clásicas y perennes que nos ofrece la cultura religiosa de Jerez. Templete, obra del platero jerezano Juan Díaz de Mendoza, que forma parte consustancial con la Virgen de la Merced, al igual que ocurre en el altar de su iglesia con el frontal, también de plata, que se trajo de Guatemala en 1730 y que desde entonces la acompaña. Dos legados artísticos de gran valor y dos testimonios de una veneración centenaria. Con todo, ojalá que esta ruptura con la tradición obre el milagro de una lluvia de millones, siquiera algunos de los que cayeron en el convento cuando se emprendió hace unos años la poco feliz obra de la sacristía. Eran otros tiempos y las necesidades otras… En cualquier caso, no es momento ya de lamentos ni de reproches, sino de acción; de mantener en pie otro edificio monumental en peligro y todo su cuantioso contenido de obras de arte. Una tarea de todos, que no puede ni debe enfocarse sólo a la devoción hoy decadente, y más inercial que profunda, de una sola parte de la sociedad.

11050842_896345280436081_288154799494435294_n

Foto: http://jerezlocal.com/
Foto: http://jerezlocal.com/

http://www.diariodejerez.es/article/opinion/2116297/la/virgen/la/merced.html

El arquitecto José Esteve

plazaesteve_jerez

Pocos arquitectos han dejado una huella tan profunda en Jerez como José Esteve. Desde su trabajo para el Ayuntamiento, dominó buena parte de la arquitectura local de la segunda mitad del siglo XIX. Nacido en 1828 en Valencia, llega en 1854 para ocupar el puesto de arquitecto municipal, cargo que ejercerá, aunque con varios paréntesis, hasta finales del ochocientos. Profesional versátil, sin abandonar del todo el ya decadente neoclasicismo, supo adaptarse a otras tendencias como el eclecticismo o el hierro fundido. Eclécticas son casas como las que construye en calle Francos 2-10, Pedro Alonso 1 o Tornería 22 y 24. En este mismo sentido hay que situar la torrecilla del reloj del Ayuntamiento. Más clasicistas, en cambio, son la intensa reforma del antiguo Palacio de Justicia, actual Colegio Cervantes, o la fachada de la Plaza de Toros. Se decantó, con todo, por el historicismo en sus incursiones en la arquitectura religiosa, donde nos dejó la capilla neogótica del colegio de la Compañía de María, además de las radicales restauraciones que perpetró sobre las iglesias de San Miguel, Santiago y San Juan de los Caballeros, cuyos interiores deben mucho a la propia fantasía de Esteve y, desde luego, pertenecen a lo más oscuro de su trayectoria. También hizo algunas bodegas, como las que se asientan en la calle Circo. Y ya en una fase más tardía, con empleo de materiales como el hierro y la cerámica, se encuentran la hoy Sala Julián Cuadra, anexa al Museo Arqueológico, y el, lamentablemente mutilado, Mercado de Abastos, quizás su obra más carismática. Décadas de laboriosa dedicación se vieron consumadas con este popular edificio, que se inaugura en 1885 y que motivó que la Ciudad decidiera bautizar con su nombre desde entonces a la céntrica plaza Esteve. Un reconocimiento en vida inaudito pero, sin duda, merecido.

http://www.diariodejerez.es/article/opinion/2111126/arquitecto/jose/esteve.html

Los retablos de la Catedral

viga
El retablo del Cristo de la Viga en una vieja fotografía

LA antigua iglesia Colegial se levantó con toda la grandeza y con todas las limitaciones que se pueden esperar de una ciudad como Jerez, siempre embriagada en altas aspiraciones, abocada siempre a chocar contra su propia realidad. El monumental templo ahora catedralicio se decoró con cierta modestia. Cuando se produce su inauguración en 1778, el interior presentaba, además del peculiar retablo de piedra de las Ánimas, nuevos altares y un coro realizados por el taller de Jacome Vacaro siguiendo el vistoso gusto rococó, aunque sin la soltura y riqueza que supo imprimir a sus obras el gran retablista jerezano del momento, Andrés Benítez. A su vez, se incluyeron dos retablos procedentes de la primitiva iglesia, el del Cristo de la Viga, tallado varias décadas antes, y el de la Inmaculada, del siglo XVII. Los dos fueron adaptados, reformados y dorados. El retablo del crucificado quedó enriquecido por una orla de telas encoladas y policromadas, teatralmente descorridas por angelitos.

Tras el paréntesis del siglo XIX y la fría pobreza del neoclasicismo, llegará el XX y toda su historia de cambios y destrucciones por todos conocida. Se acabó con la coherencia y el aspecto original de un conjunto. La estética pasó a un segundo (o a un tercer) plano.

El siglo XXI ha traído la decrepitud de la mayoría de estas piezas, víctimas de los problemas de conservación del edificio y de una evidente falta de mantenimiento. Hoy, como siempre, las aspiraciones chocan con la realidad: paradójicamente, tenemos una catedral abierta a un turismo que, no obstante, ve atónito cómo sus retablos se caen a pedazos, como ocurre de manera literal con el del Cristo de la Viga. Su pabellón de telas encoladas, único en Jerez y reflejo expresivo del sentido escenográfico de nuestro barroco, se perderá para siempre, si no se actúa con urgencia.

DSCF4615
Estado actual

http://www.diariodejerez.es/article/opinion/2106134/los/retablos/la/catedral.html

El oscuro futuro conventual

Retablo de Santo Domingo del extinto convento del Espíritu Santo, hoy desaparecido.
Retablo de Santo Domingo del extinto convento del Espíritu Santo en una fotografía de 2006, hoy desaparecido.

Los conventos viven una larga agonía, un ocaso más o menos lento, pero imparable, que transcurre paralelo a la evolución de la sociedad española. Frailes y monjas se han convertido en verdaderas rarezas anacrónicas, ajenas al mundo que les rodea. La singularidad llega a ser extrema en el caso de las severas clausuras femeninas, que apenas subsisten, a falta de vocaciones nacionales, gracias a novicias extranjeras; pervivencia artificial que pronto se revelará insuficiente. Salvo un inesperado cambio de tendencia, la extinción de la vida conventual será una realidad en varias décadas en una ciudad como Jerez, donde ha habido antecedentes muy recientes. La semana pasada hablaba de los jesuitas. Pueden recordarse también a franciscanos y dominicas, entre otros.

Ante este fenómeno, me siento obligado a alertar sobre la pérdida de todo un patrimonio cultural donde las piezas artísticas forman una parte esencial. Lógicamente, esto dependerá de muy diversos factores, no necesariamente negativos. Vimos que los jesuitas se llevaron a El Puerto varias tallas barrocas. Los cartujos y franciscanos, por su parte, se fueron ligeros de equipaje. En el otro extremo, las dominicas desmantelaron el convento del Espíritu Santo y lo que no fue vendido u objeto de robo se llevó a otros cenobios de la orden en Sanlúcar y Córdoba. Este último es el futuro que les espera a las iglesias de las agustinas de Santa María de Gracia, las Descalzas de la calle Barja o las franciscanas de Madre de Dios, si nadie lo remedia. Templos que perderán su patrimonio mueble, realizado, costeado y mantenido a lo largo de los siglos por jerezanos, y con él parte de un pasado que nos pertenece. La declaración como BIC de los mismos sería la única medida legal posible para salvaguardar su integridad como conjuntos artísticos. Aún estamos a tiempo.

http://www.diariodejerez.es/article/opinion/2101570/oscuro/futuro/conventual.html