La Pasión olvidada (y XXVIII)

Como ocurriera con el Ecce Homo de San Pedro, la última de las piezas que presento este año en estas líneas parece que perteneció también a una hermandad de Ánimas ya desaparecida, en este caso la radicada en la parroquia de San Dionisio. En efecto, si bien en algún momento alguien fantaseara creyéndolo titular de la antigua cofradía penitencial de San Antón, lo que se sabe con seguridad de esta imagen, el Cristo de la Humildad y Paciencia que recibe culto en la iglesia del patrón, es que se cita en el altar de las Ánimas en una descripción de dicho templo fechada a comienzos del siglo XVIII. Allí pudo venerarse desde un siglo antes pues sus rasgos formales lo sitúan dentro de la obra de Hernando Lamberto, un prolífico escultor de origen holandés afincado en Jerez entre las últimas décadas del Quinientos y primeras del Seiscientos, que vivió en la propia feligresía de San Dionisio. La escuálida anatomía del torso o de las piernas, de huesos muy marcados, o la síntesis del cabello, acabado en pequeños bucles sobre los hombros, nos hablan de su estilo, un tanto arcaizante y estereotipado. De todas maneras, aquí Lamberto nos deja una de las muestras más atractivas de su discreto trabajo como imaginero, aunque, como resultado de la devoción popular, nos haya llegado con algunos retoques, seguramente barrocos, en la policromía o en el añadido de ojos de cristal, junto a intervenciones más recientes.

La figura de Jesús despojado de sus vestiduras y sentado sobre una roca, con la cabeza apoyada en la mano derecha llegó a constituirse, a partir de un modelo grabado de Alberto Durero, en una iconografía muy difundida en Andalucía en la Edad Moderna y, sobre todo, en el XVII. Otra reflexión sobre la Pasión, aunque ahora vinculable quizás en su origen a un peculiar contexto, el de la redención de las almas del Purgatorio.

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La Pasión olvidada (XXVII)

El término “trabajo” fue empleado siglos atrás no sólo con los significados con los que suele entenderse en la actualidad, sino también como sinónimo de “padecimiento” o “tormento”. Este debió de ser el sentido original de la peculiar advocación del Señor de los Trabajos que se venera en la Victoria. Una obra escultórica barroca, procedente del desaparecido convento de la Veracruz, con singularidad asimismo en su iconografía, que muestra a Cristo sólo cubierto por un sudario, arrodillado sobre una pequeña cruz y con los brazos abiertos en actitud exclamativa. No estamos ante una representación de un momento de la Pasión, sino frente una pieza alegórica que busca reflexionar sobre los sufrimientos padecidos por Cristo para la redención humana. Es decir, el tema del “Varón de Dolores”, difundido desde el siglo XVI a través de grabados, donde Jesús aparece vivo, de pie o arrodillado, coronado de espinas y mostrando las llagas resultado de su Crucifixión. En la imaginería española da lugar a cristos llamados “de los Dolores” o “del Perdón”. En la escuela sevillana, al margen de ejemplos creados por artistas como Pedro Roldán, puede mencionarse, por su estrecha cercanía compositiva a la imagen jerezana, el Cristo del Perdón de La Orotava (Tenerife), fechado en 1697 y atribuido a un escultor hispalense poco conocido, Gabriel de la Mata. En este sentido, consta que el Señor de los Trabajos ya existía en 1693. Por entonces De la Mata vivía en la cercana Cádiz, por lo que puede valorarse su hipotética autoría. Eso sí, nuestra talla carece de los estigmas pasionistas y ofrece un acabado menos cuidado que el Cristo canario, quizás como resultado de múltiples alteraciones.

Su rareza iconográfica y valor histórico hacen lamentar una mala conservación que, por desgracia, se ha agravado de manera alarmante en los últimos años.

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