Resurrección

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La pierna del Resucitado, alargada y escuálida hasta el extremo, sale del sepulcro con contundencia, pisando a esa humanidad mortal y condenada que queda representada por el soldado que duerme debajo. Frente a la despreocupación de este último, los tres que rodean a Jesús expresan otras actitudes ante la milagrosa aparición: la reacción violenta del que empieza a desvainar la espada, el espanto del que se lleva una mano a la cabeza o la admiración casi extática de aquél que se sitúa justo detrás. Sobre ellos, dos ángeles contemplan con veneración la escena asomados entre nubes. La figura de Cristo centra una composición de cierto orden y simetría, animada por las suaves diagonales que describen el sarcófago y los romanos. El protagonismo de Jesús se ha marcado no sólo colocándolo en el centro; su tamaño es muy superior al del resto de personajes, recurso habitual en el arte medieval. Su gesto es grave, impasible. Una gran aureola enmarca su cabeza, todavía con la corona de espinas de su Martirio, Pasión y Muerte sobre las que triunfa y que están reflejadas de forma más gráfica aún en la cruz que porta en una de sus manos.

Este relieve de alabastro formaría parte en su día de un pequeño altar portátil destinado a la devoción particular. En alguna ocasión he hecho alguna escueta alusión a él. Como otras piezas análogas, llegó desde Inglaterra posiblemente en el siglo XV, fruto de un fuerte intercambio comercial. Desde hace poco se conserva en nuestro Museo Arqueológico pero durante siglos estuvo en el exterior del Hospital de la Sangre, el conocido hoy como Asilo de San José.

Allí estaba ya en el XVII, cuando de él nos habla Francisco Pacheco. Artista, por cierto, de lazos familiares con Jerez y redescubierto ahora por su labor de tratadista, pintor y maestro de genios en una recomendable exposición en Sevilla.

http://www.diariodejerez.es/article/opinion/2250820/resurreccion.html

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